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La crisis climática y la transformación social en la época del coronavirus

Por qué la producción capitalista de riqueza debe ser superada

Norbert Trenkle

Uno de los curiosos efectos secundarios de la crisis del coronavirus es que en unas pocas semanas ha contribuido a mejorar el clima mundial más que toda la política climática de los últimos años. Por la disminución del tráfico de automóviles en las principales ciudades hasta un 80 por ciento, la reducción drástica del tráfico aéreo y la paralización de muchas plantas de producción, el Proyecto Global de Carbono prevé para el 2020 una disminución de las emisiones de CO2 de alrededor del 5 por ciento. Incluso, parece que el gobierno alemán, a pesar de sus estériles medidas de política climática, podría lograr el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 40 por ciento en comparación con 1990 (Süddeutsche Zeitung, 24/3/2020).

Breve frenada

Sin embargo, no hay motivo para esperar que la crisis del coronavirus conduzca de forma más permanente a una reducción de las emisiones nocivas para el medio ambiente y a un límite al calentamiento global. La interrupción transitoria de las actividades económicas en grandes partes del mundo no ha hecho nada para cambiar la lógica básica del modo de producción capitalista, impulsada por el fin en sí mismo del aumento interminable de riqueza abstracta, representada en dinero. Las medidas adoptadas para combatir la pandemia no eliminaron de ninguna manera la compulsión por el crecimiento que resulta de ese fin en sí mismo, sólo la ha desacelerado por un breve período de tiempo. Al mismo tiempo, los gobiernos y los bancos centrales están haciendo todo lo posible para mitigar esta maniobra de frenado, mantener precariamente el impulso económico y volver a ponerlo en marcha lo más rápidamente posible una vez que las medidas de contención hayan terminado. Es poco probable que esto tenga éxito. Aunque la gran crisis económica mundial que acaba de comenzar haya sido desencadenada por las medidas de lucha contra la pandemia, el ímpetu con el que se espera que se desarrolle tiene razones más profundas y estructurales que no pueden ser remediados por paquetes de estímulo económico e inyecciones de liquidez.

Se podría argumentar cínicamente que una crisis económica mundial es beneficiosa para el clima puesto que la disminución de la actividad económica hace que se liberen menos gases de efecto invernadero y otras sustancias nocivas. Las estadísticas sobre las crisis de los últimos decenios – y particularmente la crisis financiera y económica de 2008/2009 – confirman este hecho. Pero este alivio ecológico es sólo la otra cara de un empobrecimiento masivo de grandes partes de la población. Puesto que en la sociedad capitalista todas las relaciones sociales tienden a adoptar la forma de mercancías y, por consiguiente, el acceso a los bienes se da predominantemente por medio del dinero, una interrupción del flujo mercancías-dinero conduce necesariamente a un colapso más o menos grave del suministro social: empresas quiebran, trabajadores son despedidos y, debido a que las fuentes de ingresos se agotan, millones de personas ya no pueden adquirir ni siquiera lo más esencial. Por supuesto, la cuestión no es si los productos y servicios en cuestión son socialmente necesarios, cuál es su impacto ambiental y bajo qué condiciones se producen, pues estos criterios no juegan ningún papel en el mundo de la producción de mercancías. Lo que importa es si los bienes producidos pueden tener salida en el mercado y obtener una ganancia.

La riqueza material

Por eso es evidente durante las crisis que mientras muchas personas ni siquiera pueden comprar alimentos y los hospitales se cierran porque ya no son “rentables” o se corta el financiamiento público, se siguen produciendo automóviles, las centrales eléctricas de carbón continuan funcionando, se sigue viajando en avión y se construyen departamentos de lujo. En las crisis se hace especialmente evidente que en condiciones capitalistas sólo cuenta la riqueza abstracta, es decir, la riqueza expresada en unidades monetarias; en cambio, la riqueza material, es decir, la riqueza de bienes útiles y servicios de asistencia, es sólo un medio subordinado al objetivo de la acumulación de capital y, por lo tanto, es sacrificada cuando este propósito ya no puede cumplirse.

En la mayoría de los países, el Estado intervino ante la crisis del coronavirus en el sentido de asegurar en cierta medida el suministro público y evitar el colapso inmediato de las empresas debido a las medidas de aislamiento y la paralización de la economía. Pero por más que las medidas de emergencia muestren claramente que el mercado no puede regularlo todo, como propagado por la ideología neoliberal, el acceso del Estado a la producción de la riqueza social sigue siendo limitado.

El Estado

Es cierto que en la sociedad capitalista el Estado representa lo general y es responsable por mantener el contexto social, contra la tendencia centrífuga inherente a ella misma. Sin el Estado, la sociedad capitalista se desintegraría en muy poco tiempo, porque está fundamentalmente constituida de manera contradictoria. La producción general de mercancías significa que las personas establecen su vínculo social produciendo cosas en forma privada para otros anónimos. En otras palabras, se comportan socialmente al perseguir sus intereses particulares y privados; en otras palabras: son sociales de una manera asocial.1 [1] La dinámica de intereses particulares contrapuestos que resulta de esta contradicción fundamental haría estallar muy rápidamente el contexto social si no existiera una instancia separada que lo impida y que garantice el marco de la actividad general de los productores de mercancías. Sin embargo, el Estado no está en absoluto por encima de la lógica de la producción abstracta de riqueza, sino que ésta es al mismo tiempo uno de sus requisitos esenciales y permanece supeditado a ella. Una de sus tareas particulares es la de mantener en marcha la dinámica de la producción de mercancías y de la acumulación de capital. Si fracasa, en primer lugar pierde su legitimidad ante la población y, en segundo lugar, su capacidad de actuar, pues sólo puede cumplir sus tareas si dispone de los medios financieros necesarios.

Por lo tanto, si bien el Estado puede intervenir en el mercado e incluso cerrarlo temporalmente cuando ello sirve a un interés general, como en el caso de una pandemia, también debe hacer todo lo posible para reactivar la acumulación de capital. Y es a este objetivo, por regla general, que entonces todos los demás intereses y objetivos son subordinados.

Librarse de las regulaciones

Por lo tanto, también es previsible que después de la fase aguda de la crisis, las medidas aún a medio camino de la política climática de los últimos años sean bombardeadas. Los representantes de las empresas ya están exigiendo que se eliminen obstáculos como las normas de protección del medio ambiente, para que la economía pueda volver a encarrilar rápidamente después del lockdown. Por ejemplo, las principales fábricas alemanas de autos están presionando a la Comisión de la UE para que revoque los límites de CO2 que se aplicarán a partir de 2020. Y el Primer Ministro de Baja Sajonia pide incluso una prima por desguace para los autos, naturalmente sólo para fomentar el cambio a “propulsión ecológica”, como si el tráfico de autos en sí no fuera uno de los mayores problemas ambientales de todos. Eso no es todo. De la misma manera que los ideólogos de la economía de mercado están poniendo en la balanza ahora las consecuencias de la pandemia y el daño económico del bloqueo, argumentarán entonces que no sólo el calentamiento global sino también una economía debilitada es una amenaza para la humanidad, pues ésta provoca que millones de personas pierdan sus medios de vida. Al hacerlo, fundamentalmente admiten que el capitalismo lleva a la humanidad a una dependencia fatal en relación a su lógica de acumulación destructiva y le propone las alternativas de morir por la destrucción ecológica o por las dificultades económicas. Sin embargo, este argumento encontrará gran resonancia entre aquellos que temen por su existencia ante la crisis y no tienen ninguna esperanza en otra forma de sociedad.

Por lo tanto, para que lacuestión climática” no desaparezca de la agenda política, debe ser reformulada de una manera que sea adecuada a la nueva situación de crisis social. Esto no es tan difícil como puede parecer a primera vista. Las medidas para salvar el clima y proteger las bases naturales de la vida sólo entran en conflicto con la salvaguarda de la existencia humana y la protección social si se da por sentada la forma capitalista de producción de riqueza. Ya que, en principio, en la sociedad actual, todas las personas dependen de la producción de riqueza abstracta para sobrevivir, se encuentran en una especie de toma de rehenes. Deben esperar que el movimiento de la acumulación interminable de capital como un fin en sí mismo continúe, pues es la única manera en que pueden vender su fuerza de trabajo o sus mercancías, aunque sepan que esto impulsará aún más la catástrofe ecológica que ya está ocurriendo2 [2].

Pero si cuestionamos esa forma de producción de riqueza, la contradicción se disuelve. Porque si la producción social está orientada hacia la riqueza material, es decir, al objetivo de producir cosas útiles para satisfacer las necesidades concretas-sensibles de todas las personas, entonces una orientación ecológicamente sostenible de la sociedad ya no entra en conflicto con una buena protección material de la vida, sino que coincide con ella. Sería entonces totalmente irracional, por ejemplo, inyectar en la atmósfera gases perjudiciales para el clima, talar bosques a escala masiva o contaminar la capa freática, sabiendo que esto destruiría la base de la vida humana. Y sería absurdo avalar la producción de bienes que son perjudiciales para el medio ambiente y la salud, sólo porque le permite a mucha gente vender su fuerza de trabajo y obtener un ingreso. Sin embargo, en las condiciones capitalistas, es exactamente eso lo “racional“, pues toda la vida social se basa en la producción de riqueza abstracta.

Por lo tanto, es importante centrar la crítica en este tipo de “razón” y en el modo de producción y de vida que la sustenta. Esto, obviamente, también cambia la perspectiva política.

Los defensores del libre mercado: inicialmente en una posición débil

La “cuestión climática” se inserta entonces en un conjunto de “cuestiones” esenciales, a las que se puede responder conjuntamente mediante una transformación radical de la producción de riqueza o, más precisamente, mediante una orientación de la producción de riqueza social hacia criterios materiales concretos y hacia el objetivo de una buena vida para todos. Por supuesto, tal objetivo político provocará conflictos feroces; porque, en última instancia, significa un cuestionamiento fundamental del modo de producción y de vida capitalista, que es mucho más que un “sistema económico”, está profundamente arraigado en las relaciones sociales y en las subjetividades. Sin embargo, también en este sentido la crisis del coronavirus ha contribuido en cierto modo para sacudir algo de lo que hasta ahora era evidente. Cuando se suspende temporalmente el pago de los alquileres, se prescinde del control de pago en los transportes públicos, se exige que se revierta la privatización y la mercantilización del sistema de salud, y los gobiernos proponen estatizar las empresas para garantizar los servicios públicos, se rompe la lógica de la riqueza abstracta y se pone la riqueza material en el centro. Aunque sólo se trate de medidas emergenciales de carácter provisorio, que el Estado cumple en función de su papel de guardián de la generalidad, representan una profunda ruptura con la ideología neoliberal, ya muy cuestionada a raíz de la crisis financiera y económica de 2008.

Por esta razón, cualquier intento de, luego de la fase aguda de la crisis, volver al status quo político anterior, provocará feroces disputas sociales sobre cómo debe organizarse y garantizarse la provisión general de la sociedad. Esta disputa ya ha comenzado a nivel de los medios de comunicación. Los partidarios del libre mercado se encuentran inicialmente en una posición débil, pues la crisis del coronavirus revela sin piedad que la privatización y la mercantilización del sistema de salud y de otros sectores de la prestación pública tienen consecuencias desastrosas para la sociedad. En vista de ello, la solución obvia parece ser una amplia estatización o reestatización de estos sectores. En ese contexto, se oyen cada vez más voces en el discurso de la izquierda que piden una renovación del Estado social y regulador keynesiano o incluso un socialismo de Estado, y en el espectro verde se abrigan esperanzas de que el capitalismo se reforme socio-ecológicamente mediante requisitos estatales e incentivos de la economía de mercado.

Sin embargo, esto pasa por alto el hecho de que el Estado, incluso desde un punto de vista fundamental, en sus acciones y en su acceso a la riqueza material siempre remite al sistema de producción de riqueza abstracta. El Estado tiene margen de maniobra en cuanto a la forma en que realiza las tareas públicas, en qué medida se reducen las desigualdades sociales y cómo incide en las condiciones de producción y de trabajo. Y, por supuesto, es políticamente correcto utilizar ese margen para, en la medida de lo posible, lograr mejoras sociales y ecológicas. Pero, aún así, el Estado no puede eliminar la dinámica fundamental y auto-referencial de la producción de riqueza abstracta, sino sólo reparar o maquillar de alguna forma sus peores consecuencias.

Margen de maniobra de los Estados

Hay que agregar que aquella gran época del capitalismo regulado por el Estado y amortiguado socialmente, basada en el trabajo masivo en el sector industrial y en un mercado interno fuerte, es parte del pasado y no puede recuperarse. En la era de la financierización y de la globalización, el margen de acción de los Estados es cada vez más estrecho, pues tienen que hacer todo lo posible para mantener atractivo su propio territorio como ubicación de capital y, sobre todo, asegurar la afluencia de capital ficticio3 [3].

Desde que la Tercera Revolución Industrial convirtió cada vez más fuerza de trabajo en “superflua” para la producción de mercancías, la acumulación de riqueza abstracta se ha trasladado a los mercados financieros, donde ha desarrollado una dinámica impresionante basada en la anticipación de valor futuro en la forma de títulos financieros (capital ficticio). Por lo tanto, en las recurrentes y cada vez más agudas crisis financieras, los Estados no tienen otra opción que hacer “lo que sea necesario” (Mario Draghi) para salvar el sistema financiero y bancario del colapso. Esto no será diferente en la crisis del coronavirus. El curso de esta crisis difiere de las crisis financieras de los últimos decenios en que fue desencadenada por las medidas políticas de paralización de las actividades económicas y sociales y, por lo tanto, tiene un impacto directo en la “economía real”. Sin embargo, se ha extendido inmediatamente a los ya sobre-estimulados mercados financieros, desencadenando enormes trastornos con consecuencias aún imprevisibles.

Por lo tanto, es fácil predecir que la prioridad de los gobiernos y los bancos centrales será muy pronto rescatar de nuevo el sistema bancario y financiero. Porque si allí se desata la avalancha de promesas a futuro descubiertas, arrastrará al abismo a grandes partes de la “economía real” y de los servicios públicos. Sin embargo, a diferencia de 2008/2009, esta vez los instrumentos de política monetaria de los bancos centrales ya se han agotado en gran medida y, además, en el plano político mundial no cabe esperar que las principales potencias económicas se pongan de acuerdo sobre un enfoque conjunto. Más bien, se está haciendo evidente que cada una de ellas persigue sus propios intereses a expensas de los demás y que la tendencia ya existente hacia la segregación nacionalista y regional está ganando un impulso adicional4 [4]. El gobierno alemán lo demuestra, al detonar la Unión Europea con su rechazo de los Eurobonos, lo cual no sólo es infame y mezquino, sino también estrecho de miras, porque objetivamente la República Federal de Alemania es la que más se beneficia de la unidad europea y del euro. Pero el nacionalismo sigue su propia lógica peligrosa, que no tiene por qué ser funcional en un sentido económico.

Gestión autoritaria de crisis y emergencias y oposición social

El regreso del Estado tendrá lugar, por lo tanto, bajo auspicios muy diferentes a los esperanzadores planos de la izquierda y de los verdes. Sin duda, es de esperar que bajo la presión pública se mantenga o incluso se amplíe la nacionalización de emergencia de muchos sectores. Sin embargo, al mismo tiempo, aludiendo a los costos de la gestión de crisis, los gobiernos aplicarán una rigurosa política de austeridad que acompañarán de llamamientos nacionalistas a la voluntad de sacrificio de la población y de medidas de control más estrictas, como las que se están probando actualmente a gran escala. Porque no es sólo la lógica de mercado la que se ve comprometida frente a las tareas sociales que se avecinan, sino todo el sistema de referencia de la producción de riqueza abstracta que se está cayendo a pedazos. Por esta razón, en cada vez más países la acción estatal se está reduciendo a la gestión autoritaria de crisis y emergencias. Cuanto menos pueda el Estado asegurar su legitimidad como guardián de la generalidad, asegurando los servicios públicos, más claramente emerge su núcleo autoritario.

Para luchar contra este desarrollo amenazador, se debe agrupar la oposición social y política que generará o que ya está generando. Esto no es nada fácil. Las múltiples luchas contra la intensificación de la política de austeridad y la política de control estatal, contra la destrucción de los recursos naturales y el tráfico automovilístico, contra la vivienda impagable y la precarización de las condiciones laborales, etc. se transforman muy rápidamente, dentro del sistema de producción de riqueza abstracta, en luchas de intereses particulares que pueden incluso enfrentarse políticamente; por ejemplo, cuando el movimiento climático exige el mayor impuesto posible sobre el CO2, eso supone una carga especialmente importante para los sectores más pobres de la población. Por lo tanto, debe quedar claro que estas luchas y conflictos, por muy diferentes que parezcan a primera vista, siempre convergen negativamente en un punto: son efecto de la lógica autonomizada y destructiva de la producción de riqueza abstracta y de la forma contradictoria de sociabilidad asocial que subyace a ella.

Sólo cuando esa comunión negativa se hace consciente es que las diferentes luchas pueden convertirse en una fuerza común que cuestiona de manera fundamental el modo de producción y de vida capitalista. Pero se necesita también una nueva perspectiva de emancipación social que, sin embargo, resulta en líneas generales, por la negación, de la crítica al sistema de riqueza abstracta.

Auto-organización

Por supuesto, eso no puede consistir en reciclar la vieja idea de estatización de la vida social; pues aparte del hecho de que el Estado siempre fue sólo el otro lado del mercado, su retorno hoy sólo es concebible en forma de autoritarismo de crisis, nacionalismo y regresión política. Se trata más bien de la socialización completa de la producción y del suministro público en el marco de una auto-organización social, general y libre, más allá de la producción de mercancías y de la lógica de la administración y dominación estatal. Por supuesto, esto no sucede de un solo golpe, sino en el curso de un proceso más largo de transformación social. Lo que esto significa en detalle no puede predecirse, pero es evidente que este proceso se caracterizará por conflictos políticos sobre los recursos y potencialidades de la producción de riqueza y sobre las condiciones generales para el desarrollo de nuevas formas de cooperación social, comunicación y planificación. Porque la alternativa social no surge de ningún nicho, como se imagina en muchos conceptos alternativos. Sólo puede constituirse en la lucha por el campo de la generalidad social. Es necesario reinventar este campo; no como el lado autoritario de una producción de riqueza que se autonomiza y se enfrenta a sus actores como “segunda naturaleza”; sino como parte de una sociedad en la que las personas controlan sus relaciones conscientemente.

Traducción: Javier Blank

Original: Klimakrise und gesellschaftliche Transformation in Zeiten von Corona, en https://www.krisis.org/2020/klimakrise-und-gesellschaftliche-transformation-in-zeiten-von-corona/ [5]

1 [6]Norbert Trenkle: Ungesellschaftliche Gesellschaftlichkeit [Sociabilidad asocial], www.krisis.org, 2019

2 [7]Norbert Trenkle: Lizenz zum Klimakillen [Licencia para matar el clima], Streifzüge 77, Wien 2019

3 [8]Ernst Lohoff/Norbert Trenkle: Die große Entwertung [La gran desvalorización], Münster 2012; Norbert Trenkle: Workout. Die Krise der Arbeit und die Grenzen des Kapitalismus [Workout. La crisis del trabajo y los límites del capitalismo], www.krisis.org, 2018

4 [9]Ernst Lohoff: Die letzten Tage des Weltkapitals. Kapitalakkumulation und Politik im Zeitalter des fiktiven Kapitals [Los últimos días del capital mundial. Acumulación de capital y política en la época del capital ficticio], Krisis 5/2016


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