31.12.2001 

Presentación del Manifesto contra el Trabajo

Norbert Trenkle

Lisboa, Livraria Ler Devagar, 02.06.2001

Quiero decir unas cuantas palabras para iniciar sobre el Grupo Krisis y la Revista KRISIS. No quiero extender este enunciado, sino más bien dar una cierta expresión de lo que es.

En primero lugar KRISIS es una revista teórica de crítica social, que aparece en lengua alemana desde el año 1986 y salió de un contexto de la izquierda del movimiento de 1968. Un grupo de personas que pasaron por diversos grupos comunistas y marxistas llegaron a un punto, donde realizaron que la crítica desarrollada por el marxismo, la crítica de la sociedad capitalista, había llegado a sus límites y que había que ir más allá de ella, es decir, también criticar al marxismo. No de un punto de vista como es muy de moda hoy día, decir que el marxismo estaba completamente errado y que la sociedad capitalista es la mejor sociedad que se pueda obtener, sino del punto de vista que el marxismo mismo no era suficientemente radical en su crítica.

Y con esa perspectiva, que el grupo adquirió a mitades de los años 80, empezó a releer las obras de Marx y de teóricos del así llamado marxismo occidental, como Luckács, la Escuela de Frankfurt y otros. Saliendo de allí empezamos ya a desarrollar una crítica basada sobretodo en la crítica de la mercancía y del valor, o mejor dicho, en la crítica del fetichismo de la mercancía y del valor, que consideramos como parte esencial de la obra de Marx. De ahí se desarrolló toda una serie de críticas radicales de la sociedad moderna, llegando hasta la crítica de la política, la crítica de la democracia, de la dominación patriarcal y, lo que fue muy esencial, hasta una crítica del trabajo.

Empezamos a realizar esta crítica del trabajo ya al final de los años 80 en un contexto social muy diferente al que vivimos hoy. En aquel tiempo al menos en ciertos segmentos de la sociedad, existían ciertas formas de crítica al trabajo, críticas quizás no muy coherentes y bastante inconsecuentes, pero eran puntas de referencia. Sin embargo en los últimos años en el discurso oficial, cada vez más se empezó a reafirmar el “valor del trabajo” – el valor ético, moral y político – justamente en una situación donde cada vez más personas están desempleadas o sin un trabajo a condiciones más o menos aceptables. Y en ese contexto fue que decidimos publicar el Manifiesto contra el Trabajo – como una provocación. Fue una provocación que causó repercusiones bastante fuertes, no sólo en Alemania, sino también en otros países donde se publicó, por ejemplo en Brasil. Después las compañeras y los compañeros de Fortaleza y Sao Paulo van a relatar un poco sobre el eco que tuvo el Manifiesto tal como otros textos también en su país.

Voy a tratar de dar una pequeña introducción a lo que es la crítica del trabajo que pronunciamos, sin extenderme demasiado, porque quiero dar tiempo a la discusión. Para comenzar mi pequeña palestra quiero referirme a una mánchete de un periódico de Alemania, Bild-Zeitung, que tiene una difusión de 5 millones ejemplares, un periódico de tipo yellow press muy populista. El chanciller Gerhard Schröder el 6 de Abril de este año dijo en una entrevista con ese periódico: “No hay un derecho a la pereza”, referiendose implícitamente al libro de Paul Lafargue, El Derecho a la Pereza. Claro que el lector común de ese periódico no conoce Paul Lafargue, nunca escuchó ese nombre. Pero sin embargo entiende de un cierto modo la insinuación. Cuál fue el mensaje de Schröder? Que la causa del desempleo de masas no es la dinámica de la economía capitalista, sino que culpable es la gente que no quiere trabajar y prefiere “aprovecharse” del estado social, de la “comunidad” y todo este sermón. Lo que nos sorprendió a nosotros mismos un poco, fue que la polémica tuvo una repercusión muy positiva en casi todos sectores de la sociedad. “Si, si, es verdad, hay mucha gente que se aprovecha, que no quiere trabajar, no puede ser … etc.”. Y claro, en consecuencia de esto, las restricciones contra los desempleados aumentan. Cortan el subsidio, aumentan la presión de aceptar cualquier tipo de trabajo, a pésimas condiciones y mal pagado, diciendo: “Si tu no aceptas eso, no recibes más dinero” y cosas por el estilo. Pero por qué gran parte de la población se identifica con esta polémica? Por qué cree que los desempleados son culpables de una situación, que obviamente es resultado de la enorme productividad que desarrolló el capitalismo, el cual ya no es capaz de organizar el trabajo a un nivel generalizado?

Realmente es paradójico. La productividad aumenta cada vez más, hay cada vez más potenciales de producir riquezas sociales, pero bajo condiciones capitalistas esos potenciales no se pueden movilizar para que todo el mundo participe de la riqueza – riqueza material y riqueza de tiempo disponible. Al contrario. Se produce una escisión a nivel global. Una minoría trabaja en el sector minoritario de productividad técnica altísima, mientras que la mayoría de la población mundial de un punto de vista capitalista es superflua; lo que significa que es expulsada del sector de trabajo más o menos regulado y tiene que ganarse la vida bajo condiciones pésimas, muy mal pagadas, extremamente precarias. En ambos sectores la presión de desperdiciar cada vez más tiempo de vida trabajando aumenta y también competición se agudiza de forma exorbitante, siendo al mismo tiempo la repartición de las riquezas materiales extremamente desigual. En los centros capitalistas, sobre todo en Europa, este proceso de escisión todavía es frenado o mejor dicho: es retardado, por la existencia de lo que resta del estado social. Pero este es reducido continuamente, lo cual lleva a una continua expansión del sector precario también aquí.

Entonces, siendo bastante obvio que la causa del desempleo de masas y de la precarización es la dinámica estructural capitalista, por qué esa polémica culpando a los desempleados, a la gente que supuestamente no quiere trabajar, tiene esta repercusión? La razón básica de esto es que el trabajo es y sigue siendo el fundamento de la sociedad moderna capitalista. Sigue siendo el fundamento no sólo materialmente – voy a explicar eso un poco más después – sino también es el fundamento psicosocial, implantado en las cabezas, en la consciencia misma de las personas, que todas son – o mejor dicho: somos – constituidas de modo capitalista. Todo el mundo hoy día se socializó en esta sociedad tal como existe y está impregnado por ella. El capitalismo no es una cosa externa, sino está dentro de las personas mismas. Y el trabajo es uno de los momentos fundamentales de la constitución psicosocial.

Entonces que pasa? Uno de los principales fundamentos de la sociedad, el trabajo, se esta quebrando. Todo el mundo se da cuenta de eso, se da cuenta que hay un desempleo cada vez más grande y las condiciones de trabajo se empeoran. Se comenta esto en los periódicos, en los estudios sociológicos y por supuesto también es una experiencia cotidiana. Hace 25 años, 30 años, este saber esta presente en la consciencia social. Pero al mismo tiempo la identificación con el trabajo como el centro de la propia vida es casi completa. En consecuencia de esto se produce una situación contradictoria. Justamente porque el fundamento social se quiebra hay una tendencia muy fuerte de querer restablecerlo, de reafirmar el trabajo de modo fundamentalista. Se establece pues un fundamentalismo del trabajo bastante generalizado. Esta es una razón psicológica muy importante, porque una polémica como la del chanciller alemán – Tony Blair y otros, especialmente socialdemócratas, hacen lo mismo – tiene una repercusión tan grande.

Que significa decir que el trabajo es la base, el fundamento material de la sociedad capitalista? Tradicionalmente se hacía la afirmación, que el trabajo es el fundamento de toda sociedad. Esa era sobre todo la respuesta marxista: el trabajo es el fundamento de toda sociedad, desde el principio de la cultura hasta el comunismo. Yo niego esto. Claro que cualquier sociedad siempre ha tenido la necesidad de producir bienes de alguna forma. Siempre hubo necesidad de producir alimentos, construir casas, vestimenta y otras cosas por el estilo. Cualquier sociedad tiene que producir de algún modo. Pero esa producción de medios de existencia, de medios de vida en un sentido amplio, en todas las sociedades no capitalistas nunca constituyó el centro de la sociedad, no fomentaba la sociedad misma, no la constituía. No era el trabajo, no era la producción, sino eran otros factores, otros momentos, como por ejemplo las relaciones de consanguinidad, de parentesco, las relaciones religiosas, que constituían el contexto social y dentro de ese contexto social, de alguna forma u otra, se producían bienes para sustentar la sociedad. Mientras que en la sociedad capitalista es al revés. Aquí el trabajo tiene la función de constituir la sociedad, es lo que forma la sociedad misma. Y dentro de este contexto social formado y constituido por el trabajo, claro, existen otras relaciones y esferas que no son directamente definidas por la lógica del trabajo y la economía: la esfera privada, las relaciones de género, la esfera política, la esfera cultural etc. Esta forma de constitución social es una especificidad de la sociedad capitalista. Me parece muy importante subrayar esto, pero es necesario acercarnos un poco más, para entenderlo mejor. Si yo digo que en la sociedad capitalista el trabajo constituye la sociedad, esta función no la puede realizar siendo nada más que una actividad para producir bienes concretos de uso, sino porque el trabajo es una actividad de producción abstracta. Eso no significa que no se produzcan bienes concretos, pero el fin de la producción no es el uso concreto, sino es un fin abstracto. Se producen bienes para ser representantes de valor. Y el valor no es otra cosa que trabajo pasado, trabajo muerto.

Estos bienes que se producen como representantes de trabajo muerto son mercancías. Pero estas mercancías no se producen para un intercambio simple, en el sentido en que yo produzco un pan, tu produces una docena de huevos, yo te doy pan, tu me das huevos, y se acaba el asunto. No. No se producen mercancías para el intercambio directo, sino esas mercancías son producidas en relación a un fin antepuesto. Y ese fin antepuesto es la producción de valor para la valorización del capital. Es lo que se puede llamar – y Marx lo llamó así – “un fin en si mismo”. Por qué es un fin en si mismo? Porque la razón por la que se produce es la de aumentar una cierta cantidad de valor que es representado en dinero. Dicho de un modo simple: Valorización del capital, al fin y al cabo, no es otra cosa que invertir una cierta suma de dinero para producir mercancías, venderlas y obtener al final de este proceso una suma de dinero más grande. Al principio del proceso y al fin del proceso encontramos la misma cosa abstracta: valor representado por dinero. El dinero es una cosa totalmente abstracta; abstracta porque abstrahe del contenido concreto de lo que se produce y de lo que se compra o vende por medio de el. No interesa si se produce pan, si se producen casas u hospitales, o si se producen armas o automóviles para un sistema de transporte totalmente destructivo e irracional. No interesan de ninguna forma ni los usos concretos de los productos, ni las consecuencias del proceso de producción de esos productos, ni tampoco las consecuencias del consumo de estos productos – que serían por ejemplo las consecuencias ecológicas del sistema automovilístico. Por supuesto siempre se producen cosas concretas, pero esas cosas concretas están siempre relacionadas, están subsumidas al fin abstracto de producción.

Decir que el trabajo constituye la sociedad siempre presupone este proceso autoreferencial que encuentra su fin en si mismo. El trabajo constituye la sociedad tal como la sociedad es constituida por la producción de mercancías y por la valorización del capital. Son tres aspectos del mismo sistema. Solamente en esta forma el trabajo constituye la sociedad y solamente una sociedad así puede ser llamada sociedad de la mercancía. Muchas sociedades no capitalistas han producido mercancías también en otro contexto – siempre para el intercambio directo. PPero solamente la sociedad capitalista es la sociedad total de la mercancía, una sociedad donde todas las relaciones son subsumidas a la lógica de la mercancía.

Describir a la sociedad moderna de este modo significa, también, cambiar la perspectiva en cuanto a la relación entre capital y trabajo, o entre el capital y clase trabajadora. Porque no sólo el capital representa ese fin en si mismo, que se define por el proceso: dinero – producción de mercancías – más dinero; también el trabajo lo representa. Claro, la persona misma que vende su fuerza de trabajo no lo hace por trabajar sino para poder sobrevivir; vende su fuerza de trabajo como mercancía para poderse comprar las mercancías que necesita para vivir. De este punto de vista inmediato el trabajo no viene a ser un fin en si mismo sino un fin para algo diferente: la compra de medios de subsistencia. Pero sin embargo esto es sólo un momento particular y un punto de vista particular dentro del presupuesto proceso autoreferencial de la valorización. Materialmente cualquier fuerza de trabajo constituye parte integral de la gran maquinaria autoreferencial de producción por la producción misma, que no para de producir, aunque destruya las bases sociales y naturales de la sociedad. No para de producir porque no puede parar de producir, sin quebrar con su propia lógica, una lógica que requiere una dinámica constante de producción, porque consiste meramente en aumentar esa abstracta categoría, ese fetiche denominado “valor”. El trabajo no sólo participa en este proceso, sino constituye su esencia . El valor es trabajo muerto.

Y esto se nota muy bien, cuando personas se ven obligadas de una forma u otra defender sus puestos de trabajo. En esta defensa no preguntan: Hace sentido lo que estamos produciendo? No será hasta peligroso para mi propia vida? Aunque sea una planta atómica, no importa, los puestos de trabajo se defienden con todos los medios posibles. En esta defensa no se pregunta por el fin concreto de lo que se produce ni por las consecuencias posibles o reales; lo único que interesa es poder seguir vendiendo su mercancía: la fuerza de trabajo. Pero ser materialmente parte integral de esta maquinaria gigante de valorización requiere, también, identificarse con ella mentalmente e ideológicamente. No es así que los individuos modernos tengan una relación distanciada al trabajo. No lo definen meramente como una función cualquiera necesaria para ganar dinero, en el sentido: trabajo, gano dinero y se acabó. Sino lo consideran honroso trabajar y de ganarse la vida trabajando en vez de ser “perezoso”. Pero esto no es todo. Además el mecanismo del trabajar, es decir, del funcionar dentro de la maquinaria de la valorización, está implantado en la misma psique de los individuos socializados en forma capitalista. Por eso sienten la necesidad de estar constantemente en movimiento de alguna forma aunque no estén trabajando en el sentido estricto de la palabra. No pueden parar de moverse, sienten siempre necesidad de hacer algo, no son capaces del ocio. Quizás en Alemania este fenómeno esta más presente que aquí en Portugal, pero creo que la tendencia es la misma. Es la tendencia de continuar en el ritmo del trabajo incluso afuera del trabajo, de pasar el tiempo libre practicando actividades que tienen carácter de trabajo como sería por ejemplo todo ese culto del deporte, del Body Building, pero también la “diversión” sin pausas dentro de la industria cultural. En este sentido se puede decir que también psíquicamente el trabajo se establece como fin en si mismo en los individuos modernos.

Bueno, visto de este modo hay que reevaluar la relación entre trabajo y capital – y analizarla de una forma muy diferente a lo que hacía el marxismo tradicional. En la perspectiva del marxismo tradicional, como todo mundo sabe aquí, la lucha de clases era el punto esencial. Sólo la clase trabajadora era supuestamente capaz de superar al capitalismo. Esta creencia se justificaba con el argumento, que la clase trabajadora tendría intereses antagonistas al capital. Entonces era lógico concentrarse en la clase trabajadora como el sujeto de la revolución. Pero si cambiamos la perspectiva, como traté de esbozarlo ahora, este punto de vista es desvalidado. Claro que los intereses de capital y trabajo son contrarios de cierto modo: las luchas por sueldos más altos, por mejores condiciones de trabajo, por derechos de representación etc. no concuerdan inmediatamente con el interés del capital de aumentar su ganancia. Pero estos intereses contrarios están radicados dentro de un sistema social común. Dentro de este sistema social común existen dos polos, capital y trabajo (existen otros intereses también, pero estoy hablando del punto de vista del marxismo tradicional). Y estos polos luchan entre si, por supuesto, pero esta lucha no sobrepasa ni supera por si mismo la constelación social que constituye el margen o la base común.

En perspectiva histórica se puede decir que por un cierto período aparentaba que la lucha de clases iba más allá del capitalismo. Porqué? Yo diría que la razón principal que produjo esta apariencia fue, que en ese período, sobretodo la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, el capitalismo todavía no estaba desarrollado totalmente según su propia lógica. Que significa esto? Bueno, según la lógica inmanente del capitalismo, si lo vemos como una sociedad de mercancía total, cada productor y vendedor de mercancías debe ser portador de derechos. Y el trabajador, del punto de vista formal, no es otra cosa que un vendedor de una mercancía, de la única mercancía que posee: su fuerza de trabajo. Pero en el período del que estamos hablando no poseía los derechos correspondientes a un vendedor de mercancía. Las clases proletarias, las clases trabajadoras en el siglo XIX y el inicio del siglo XX no tenían derechos de representación política, de coalición en sindicatos, no eran portadores de derechos de ciudadano; no poseían estos derechos básicos que, por la lógica misma del capitalismo, corresponden a cualquier vendedor y productor de mercancías. Entonces: cual fue el objetivo inconsciente de la lucha de clases? Fue la realización de estos derechos. Claro que las clases burguesas no renunciaron voluntariamente a sus privilegios, sino los defendieron con todos los medios posibles. Pero esto no era la defensa contra una superación del capitalismo – aunque las dos partes luchantes imaginaban esto –, sino contra la superación de una cierta fase del desarollo capitalista. Por consecuencia el resultado de las luchas de clases fue la realización de una sociedad, donde todo el mundo es portador de los mismos derechos, donde la existencia de sindicatos, de legislación social, de derechos de trabajo corresponde a la normalidad. Esto por supuesto no significa el fin de la explotación humana, de la represión y de las desigualdades sociales (que al contrario son cada vez más grandes) etc., pero todo esto se realiza dentro de la forma establecida y generalizada del Estado democrático y de derecho, siendo este la forma política correspondiente a la sociedad de la mercancía.

En ese mismo proceso histórico de la realización y generalización de la sociedad capitalista como sociedad total de la mercancía, se reveló de forma cada vez más clara la identidad sistémica de capital y trabajo. Veamos por ejemplo las expresiones ideológicas de los representantes del movimiento operario, que iban más o menos así: “Estos capitalistas no trabajan! Nosotros trabajamos, ellos no trabajan, son parásitos, no hacen nada. Nosotros somos el fundamento de la sociedad porque trabajamos!” Esta es exactamente la misma polémica que las clases burguesas sustentaron contra las clases feudales en el siglo XVIII: “Nosotros somos los que trabajamos! Estos condes, duques y otros nobles no trabajan nada. Nosotros somos los que representamos la sociedad”. El movimiento operario no hizo otra cosa que retomar esta polémica y la dirigirla contra la burguesía. Con esto sin duda aumentó su autoconfianza y ganó aceptación pública. Pero cómo? Identificándose ofensivamente con su supuesto enemigo: la clase burguesa. Para esta, por el otro lado, no fue nada difícil de demostrar que ella por supuesto también trabajaba y no era de ninguna forma “perezosa”. Henry Ford, por ejemplo, se autodenominó a si mismo como “el primer trabajador de mi compañía” – tal como el rey prusiano Federico II dijo: “yo soy el primer empleado de mi estado”. Y no mintió para nada. Porque obviamente los funcionarios del capital, los managers y empresarios trabajan. Y muchas veces trabajan de una forma extremamente fuerte, 11, 12, 15 horas al día no son nada excepcionales. Claro, trabajan al nivel más alto de la jerarquía social, ganan un montón de dinero, pero lo ganan, haciéndose esclavos del proceso de la valorización del capital tal como el trabajador en la fábrica o la vendedora en un supermercado. También ellos tienen que obedecer a aquel fin en si mismo abstracto que no concede perdón a nadie. Los capitalistas no dominan ese proceso automático sino son dominados por el, son funcionarios de su dinámica constante.

Poco a poco esta realidad social se fue aceptando de forma afirmativa, declarándola como una especie de segunda naturaleza. Esto llegó hasta el punto en el que hoy día se está reclamando cada vez más, que los trabajadores mismos se vean a ellos como empresarios, como “empresarios de su fuerza de trabajo”. Ideológicamente esto es bastante consecuente, pues si el empresario es trabajador, también el trabajador es empresario. Pero esta inversión de la identidad de los dos polos no se establece casualmente en el momento actual. Tiene la función de legitimar la deregulación del mercado de trabajo en una situación de crisis del trabajo en la que hay cada vez menos segmentos de trabajo fijo y cada vez más segmentos de trabajo variable, precario, mal pagado. Ideológicamente se vende esta situación con una apología al empresario, diciendo: “ya no somos trabajadores, somos todos empresarios”. Se habla, de las relativas ventajas de un puesto de trabajo fijo como comodidades anticuadas y como una especie de barrera para realizar su “individualidad”; y se describe la vida del “nuevo empresario” como “individuo creativo” que no se deja restringir por las reglas formalizadas, por la burocracia y cosas por el estilo, sino que esta feliz de estar constantemente en movimiento y de no tener un puesto de trabajo definido.

Lo aterrante es que esta ideología es adaptada en gran estilo. Yo por ejemplo conozco muchas personas de mi propia generación, que hace diez años u ocho años todavía no se identificaban para nada con el trabajo. Trabajaban sólo lo necesario, para mantenerse o trataban de vivir del seguro social. Pero hoy son pequeños empresarios, trabajan con computadoras o en la publicidad, no ganan mucho, pero se identifican con lo que están haciendo, trabajan 15 horas al día y están orgullosas de esto. Muchas veces también son sólo pequeños empleados en condiciones precarias, sin contratos de trabajo a largo plazo, estando obligados a tener varios empleos precarios a la vez, pero se definen realmente como empresarios de su propia existencia y se sienten orgullosos de su “flexibilidad”.

Entonces estamos enfrentados a una situación paradójica, contradictoria: la crisis del trabajo, la crisis de la sociedad del trabajo, de la sociedad de producción de mercancías viene acompañada por una identificación extremamente grande con el trabajo – como ya demuestran las reacciones al ataque contra los “perezosos” por parte de Schröder. Es decir, la base material de la sociedad del trabajo se está quebrando y al mismo tiempo se produce un fundamentalismo del trabajo, que quiere lograr lo imposible: restablecer esta base. Confieso, que hace unos diez o doce años yo tenía un poco la esperanza, que con el derrumbe de la base objetiva del trabajar, también la ideología del trabajo iba a ser quebrada. Claro, hay que tener en cuenta también, que en ese tiempo el clima social era otro. Hoy día la situación se presenta muy distinta. Sin embargo no quiero decir, que la identificación con el trabajo es total y hermética. Existen siempre muchas contradicciones no sólo económicas y sociales sino también ideológicas. Por ejemplo aquella contradicción, que es muy conocido, que el trabajo esta siendo eliminado por el permanente aumento de la productividad y a pesar de esto se denuncian a los desempleados a ser culpables de este proceso. Es muy obvio que esta es una argumentación irracional – sin embargo funciona.

Una cosa hay que dejar muy en claro: no existe ningun automatismo emancipatorio producido por la crisis a nivel objetivo. No. Las reaccionen con las cuales las contradicciones del sistema son “resueltas” pueden ser totalmente contrarias a un impulso de liberación del sistema.

En este contexto hay que ver el tremendo aumento del racismo, que casi siempre está relacionado con la ideología del trabajo; lo que demuestran expresiones como por ejemplo: “Esta gente que viene aquí, estos negros no quieren trabajar, se aprovechan de nuestro sistema social” y cosas por el estilo. O por el otro lado acusando a los inmigrantes de “apropiarse” de los puestos de trabajo. Claro que estas dos formas de denuncia racista se contradicen: Si uno no quiere trabajar no puede ser al mismo tiempo un rival en la lucha por los puestos de trabajo. Las dos cosas no pueden ser a la vez. Pero en la ideología racista – como en cualquier otra ideología también – esto no constituye ningún problema, porque no se trata de argumentar de forma racional y coherente. El racismo tal como otras ideologías que produjo el capitalismo en su larga historia –sobre todo el antisemitismo -, toman auge en la crisis porque permiten definir a supuestos culpables y de esta forma reafirmar a la sociedad tal como es.

Estamos pues en una situación bastante difícil para pensar en la formación de un movimiento social emancipatorio. No existe un interés social especifico del que se pueda decir, que sea antagonista al capital y con esto al sistema capitalista. No existe una clase social (y tampoco nunca existió y nunca va a existir), que se pueda definir como potencial sujeto revolucionario. Y esto significa, que las estrategias revolucionarias del marxismo tradicional – y dicho de un modo más amplio: de la izquierda tradicional – hay que hecharlas a la basura; estrategias que consistían esencialmente en el intento de despertar al supuesto sujeto revolucionario por medio de agitación y propaganda y de organizarlo en la forma de partido.

Pero entonces: que hacer? No existe respuesta simple para esto. Lo que se puede decir, es que por un lado es absolutamente necesario llevar a cabo y fomentar las luchas contra la creciente presión y represión económica, social y policial que aumenta, cuanto más avanza el proceso de la crisis. Pero estas luchas sólo pueden ser poderosas, si ponen en duda la lógica vigente de la valorización y de la mercancía, si no la aceptan como forma social insuperable. De otro modo siempre pueden ser chantajeados fácilmente teniendo que aceptar por ejemplo que los subsidios sociales “tienen” que ser reducidos porque la competencia global no permite otra alternativa o que viviendas no “pueden” ser ocupadas, porque esto viola del derecho de la propiedad privada etc.

Contra este chantaje ideológico y práctico, que es una de las causas principales, por la que los movimientos sociales en todo el mundo han decaído en los años ochenta y noventa, es imprescindible llevar adelante y ampliar un discurso de critica radical de la sociedad de la mercancía y del trabajo y de todas sus instituciones, como vienen a ser principalmente el estado, el mercado y la dominación patriarcal. Un discurso así puede ser capaz de crear puntos de orientación y de referencia, para las múltiples luchas particulares y para que a partir de ellas se pueda desarrollar un movimiento anticapitalista a la altura del siglo XXI.

(Texto gentilmente revisto pelo autor)