Con textos de / Mit Texten von: Norbert Trenkle, Ernst Lohoff, Peter Samol y Neil Larsen.
Editor: Miguel Malpica. Traducción: Javier Blank
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Introducción
Einleitung auf deutsch – unten
Con los textos de este libro queremos ofrecer al público hispanohablante (no solo) de Perú una aproximación al trabajo de una teoría social crítica desarrollada en el marco de la revista Krisis, conocida también como crítica del valor. Este término requiere, sin duda alguna, una explicación. Se debe a una nueva lectura de la teoría de Marx, desarrollada en Alemania en la década de 1970 a partir de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. A diferencia del marxismo tradicional, que siempre se centró en la contradicción de clases, esta teoría toma el mismo punto de partida que El capital de Marx: la «forma elemental» (Marx) de la riqueza capitalista, es decir, la mercancía y el valor. El debate al respecto se centró inicialmente en la reconstrucción de las categorías de Marx, en particular la categoría de la forma-valor y su relación con la categoría del capital, pero apenas superó este nivel tan abstracto. En la década de 1980 retomamos este debate e intentamos aplicarlo al análisis del capitalismo contemporáneo. En el contexto de la crisis fundamental del modo de producción y de vida capitalista, que hoy se agudiza de forma amenazadora, pero que ya había iniciado y era palpable en la década de 1970, la teoría y el análisis de la crisis desempeñaron un papel importante. Esta es también la razón por la que llamamos a nuestra revista Krisis y nos hemos dado a conocer con el nombre de Grupo Krisis.
La etiqueta «crítica del valor», que se ha establecido para designar nuestro enfoque teórico, remite a este origen y punto de partida, pero en cierto modo es engañosa. Podría parecer que queremos reducir todo el contexto social a la categoría del valor y caer así en la trampa de un estrechamiento «economista». Pero esto es erróneo en varios sentidos. En primer lugar (1), según nuestro entendimiento, el valor es mucho más que una mera categoría económica; se trata más bien de una forma básica de mediación social que contribuye de manera específica a establecer la cohesión (siempre precaria) de la sociedad capitalista. Al poner en relación los trabajos privados aislados, las relaciones sociales adoptan la forma de una relación entre cosas y se independizan de las personas: el famoso fetichismo de la mercancía y el valor. Por otro lado (2), esta mediación también remite a otra dimensión más profunda de la sociedad capitalista, que la distingue de todas las demás sociedades conocidas. Consiste en que los seres humanos entran en sociedad como individuos aislados y se socializan persiguiendo sus intereses particulares unos contra otros. Así, paradójicamente, la sociabilidad adopta aquí la forma de la privacidad. Esta contradicción específica entre privacidad y sociabilidad impregna la sociedad capitalista en todas sus ramificaciones y debe ser mediada constantemente (véase el ensayo Insociable sociabilidad en este libro).
No obstante, esta mediación (3) no es realizada únicamente por el valor y el trabajo abstracto que este representa, sino también por otras dos formas sociales básicas: la forma jurídica y la forma-sujeto. La forma-sujeto es el modo en que los individuos aislados se relacionan entre sí, con la sociedad, con la naturaleza y consigo mismos. En ella se expresa la exterioridad y el extrañamiento [Äußerlichkeit und Fremdheit] fundamentales que caracterizan esta relación: como sujetos, los seres humanos convierten en objeto todo lo que está fuera de ellos mismos (incluido el propio cuerpo). De ello se deriva también la relación específicamente capitalista con la naturaleza, que la reduce a su función de material utilizable, que puede consumirse y destruirse de forma más o menos arbitraria (véase el capítulo 5). La forma-sujeto está, por tanto, siempre vinculada a una forma determinada de acción: el sujeto representa el lado activo de la cosificación social y ejecuta los imperativos y las coacciones sociales. Por último, en la forma jurídica, los actores sociales hacen valer sus reivindicaciones e intereses particulares unos frente a otros y se relacionan entre sí según un conjunto de normas abstractas y generales. De este modo, la competencia general se desarrolla de manera (relativamente) pacífica. Al mismo tiempo, el derecho también media la relación entre los individuos y la sociedad con el Estado. Por un lado, las disposiciones estatales adquieren un carácter abstracto y general (leyes, decretos), pero, por otro lado, el derecho también debe proteger a los miembros de la sociedad del poder altamente concentrado del Estado moderno. Por lo tanto, el reconocimiento como sujeto de derecho es de vital importancia para el pleno reconocimiento dentro de la sociedad capitalista. Solo quien dispone de derechos y puede ejercerlos en la práctica está en condiciones de defender sus intereses dentro del marco de las normas sociales y defenderse contra la arbitrariedad de otros miembros de la sociedad y del Estado.
Sin embargo, por más que estas tres formas de mediación social tengan un carácter abstracto y general, no son en absoluto universales en sentido estricto, ya que (4) siempre se basan en exclusiones sistemáticas. Por lo tanto, su universalismo es, en última instancia, una ficción. La forma-valor se basa en la apropiación de las actividades de cuidado no remuneradas (y realizadas en su mayoría por mujeres) y en la explotación de la naturaleza. La forma-sujeto se constituye en la delimitación de grupos de personas que no se consideran sujetos porque supuestamente no son dotados de razón –históricamente sobre todo las mujeres y las personas no blancas. Y la forma jurídica solo se aplica a las personas reconocidas como ciudadanas dentro de un Estado, excluyendo, por ejemplo, a los apátridas o a los refugiados ilegalizados. Aunque los límites de estas exclusiones son objeto de una lucha permanente y, por lo tanto, se desplazan a lo largo de la historia, también se restablecen constantemente. Por lo tanto, el universalismo de las formas burguesas no es más que una pretensión irrealizable. Esto también constituye una contradicción elemental de la sociedad capitalista.
No obstante, de las contradicciones internas de esta «insociable sociabilidad» y de su mediación siempre precaria se deriva también la dinámica histórica incontrolable del modo de producción y de vida capitalista y su dinámica de crisis inherente. Porque las contradicciones solo se resuelven de forma temporal para luego reproducirse a un nivel superior. Es precisamente ahí donde hay que buscar la causa más profunda de la crisis fundamental del sistema capitalista mundial a la que nos enfrentamos hoy en día. Después de haberse expandido inicialmente a una velocidad vertiginosa por todo el planeta, la socialización capitalista está llegando ahora a sus límites en todos los ámbitos: económico, ecológico, social y político. Es cada vez más evidente, que un modo de producción y de vida basado en la expansión permanente, la externalización sistemática de los costos y la exclusión de gran parte de la población mundial nunca puede ser «sostenible», por mucho que se debata en conferencias internacionales.
Por supuesto, esto ya se veía venir desde hacía tiempo. Ya en los años 70 y 80 se hicieron evidentes los «límites del crecimiento» y los costos ecológicos de la producción capitalista de riqueza, mientras que, al mismo tiempo, la dinámica económica se desaceleraba porque la tercera revolución industrial hacía que una gran cantidad de mano de obra se volviera superflua. Sin embargo, la gran crisis del sistema capitalista mundial pudo posponerse una vez más, aunque a costa de acumular un potencial de crisis aún mayor que ahora amenaza la existencia misma de la humanidad. Desde el punto de vista económico, esta «hazaña» se logró principalmente mediante el desplazamiento de la acumulación de capital a la esfera del capital ficticio, es decir, mediante lo que comúnmente se denomina financiarización. Esto permitió desencadenar una vez más un auge económico mundial del que también se beneficiaron algunos países del sur global, pero a un coste enorme. Se intensificó el saqueo de los recursos naturales y se impulsó la destrucción de los últimos espacios naturales, mientras que la polarización social alcanzó proporciones alarmantes. Al mismo tiempo, los Estados perdieron cada vez más su margen de maniobra frente al capital y (también como reacción a ello) se fortalecieron los movimientos y partidos regresivos y autoritarios. En definitiva, el margen para seguir posponiendo la crisis se ha reducido progresivamente, mientras que la dinámica capitalista desatada resulta cada vez más en pura destrucción. Esto es precisamente lo que hace tan amenazante la situación mundial actual.
Por supuesto, estos procesos no han pasado desapercibidos en nuestra teoría. Una y otra vez nos hemos visto obligados a afinar nuestro instrumental conceptual para responder a los cambios sociales o a revisar conceptos cuando se revelaban insuficientes desde el punto de vista teórico. Así, Ernst Lohoff ha reformulado la teoría del dinero y, en relación con ella, la teoría del capital ficticio (véase el texto La mercancía general y sus misterios), ambas fragmentarias en Marx, lo que nos ha permitido comprender mejor la lógica interna y los mecanismos de la extensa prolongación de la crisis y analizar con mayor rigor su desarrollo (capítulo 2). Hemos precisado y actualizado la crítica al trabajo (capítulo 2) y a los mitos de la lucha de clases (capítulo 3) y profundizado nuestra teoría del sujeto (capítulo 4). Además, consideramos necesario criticar ciertas tendencias ideológicas cuestionables de la izquierda, como el nacionalismo y la teoría de la descolonización (capítulo 4). Y, por fin, en los últimos años, la cuestión ecológica y la relación capitalista con la naturaleza han pasado, a ocupar un lugar cada vez más central en nuestro trabajo teórico (capítulo 5).
Los textos de este libro datan de los últimos 10 a 20 años, por lo que ofrecen una visión relativamente actual del estado de nuestra teoría (que siempre está en desarollo). Sin duda, gran parte de ellos rompen con las obviedades del discurso habitual de la izquierda. Si esto da pie a controversias, es precisamente lo que pretendemos.
Norbert Trenkle, junio de 2025
Traducción de Javier Blank
Einleitung
Mit den Texten in diesem Buch möchten wir dem spanischsprachigen Publikum (nicht nur) in Perú einen Einblick in die Arbeit einer gesellschaftskritischen Theorie geben, die im Rahmen der Zeitschrift Krisis entwickelt wurde und die auch als Wertkritik bekannt geworden ist. Diese Bezeichnung ist sicherlich etwas erklärungsbedürftig. Sie verdankt sich einer neuen Lesart der Marxschen Theorie, die in den 1970er Jahren in Deutschland im Anschluss an die Kritische Theorie der Frankfurter Schule entwickelt wurde. Im Unterschied zum traditionellen Marxismus, der immer den Klassengegensatz in den Mittelpunkt stellte, setzte diese dort an, wo auch das Marxsche Kapital seinen Ausgangspunkt nimmt: bei der „Elementarform“ (Marx) des kapitalistischen Reichtums, also der Ware und dem Wert. Die entsprechende Diskussion fokussierte sich zunächst vor allem auf eine Rekonstruktion der Marxschen Kategorien, insbesondere auf die Kategorie der Wertform und ihr Verhältnis zur Kategorie des Kapitals, kam aber kaum über diese sehr abstrakte Ebene hinaus. In den 1980er Jahren knüpften wir dann an dieser Diskussion an und versuchten sie für eine Analyse des zeitgenössischen Kapitalismus fruchtbar zu machen. Vor dem Hintergrund der fundamentalen Krise der kapitalistischen Produktions- und Lebensweise, die heute auf bedrohliche Weise akut wird, aber bereits in den 1970er Jahren einsetzte und spürbar war, spielte dabei vor allem die Krisentheorie und die Krisenanalyse eine wichtige Rolle. Das ist auch der Grund, weshalb wir unsere Zeitschrift Krisis nannten und unter dem Namen Gruppe Krisis bekannt geworden sind.
Das Label Wertkritik, das sich für unseren theoretischen Ansatz etabliert hat, verweist auf diesen Ursprung und Ausgangspunkt, ist aber in gewisser Weise irreführend. Es könnte so erscheinen, als wollten wir den gesamten gesellschaftlichen Zusammenhang auf die Kategorie des Werts zurückführen und würden so in die Falle einer „ökonomistischen“ Verengung tappen. Das ist aber in mehrfacher Hinsicht falsch. Zum einen (1) ist der Wert unserem Verständnis nach weit mehr als eine bloße ökonomische Kategorie; es handelt sich vielmehr um eine basale Form gesellschaftlicher Vermittlung, die auf spezifische Weise dazu beiträgt, den Zusammenhang und die (stets prekäre) Kohäsion der kapitalistischen Gesellschaft herzustellen. Indem er nämlich die isolierten Privatarbeiten miteinander ins Verhältnis setzt, nehmen die gesellschaftlichen Beziehungen die Gestalt einer Beziehung von Sachen an und verselbstständigen sich gegenüber den Menschen: Der berühmte Fetischismus von Ware und Wert. Zum anderen (2) verweist diese Vermittlung aber auch auf eine andere, tieferliegende Dimension der kapitalistischen Gesellschaft, die diese von allen anderen bekannten Gesellschaften unterscheidet . Sie besteht darin, dass die Menschen als vereinzelte Einzelne in die Gesellschaft eintreten und sich vergesellschaften, indem sie ihre partikularen Interessen gegeneinander verfolgen. Gesellschaftlichkeit nimmt hier also paradoxerweise die Form der Privatheit an. Dieser spezifische Widerspruch zwischen Privatheit und Gesellschaftlichkeit, durchzieht die gesamte kapitalistische Gesellschaft in all ihren Verästelungen und muss beständig vermittelt werden (siehe den Aufsatz Ungesellschaftliche Gesellschaftlichkeit in diesem Buch).
Diese Vermittlung wird aber (3) nicht allein vom Wert und der in ihm dargestellten abstrakten Arbeit geleistet, sondern ebenso durch zwei weitere basale gesellschaftliche Formen: die Rechtsform und die Subjektform. Die Subjektform ist der Modus, in dem sich die vereinzelten Einzelnen wechselseitig aufeinander, auf die Gesellschaft , auf die Natur und auf sich selber beziehen. In ihr drückt sich die grundlegende Äußerlichkeit und Fremdheit aus, die diese Beziehung prägt: Als Subjekte machen die Menschen alles, was außerhalb ihrer selbst liegt (einschließlich der eigenen Körperlichkeit) zum Objekt. Daraus resultiert auch das spezifisch kapitalistische Verhältnis zur Natur, die auf ihre Funktion als nutzbares Material reduziert wird, das mehr oder weniger beliebig verbraucht und zerstört werden kann (siehe Kapitel 4). Die Subjektform ist also immer auch mit einer bestimmten Form des Handels verbunden: Das Subjekt repräsentiert die aktive Seite der gesellschaftlichen Verdinglichung, und exekutiert die gesellschaftlichen Imperative und Zwänge. In der Rechtsform schließlich machen die gesellschaftlichen Akteure ihre partikularen Ansprüche und Interessen gegeneinander geltend und setzen sie nach einem abstrakt-allgemeinen Regelwerk miteinander in Beziehung. So erhält die allseitige Konkurrenz einen (relativ) friedlichen Verlauf. Zugleich vermittelt das Recht aber auch das Verhältnis der Individuen und der Gesellschaft zum Staat. Zum einen nehmen staatliche Vorgaben in der Rechtsform (Gesetze, Verordnungen) abstrakt-allgemeinen Charakter an, zum anderen soll das Recht aber auch die Gesellschaftsmitglieder vor der hochkonzentrierten Gewalt des modernen Staates schützen. Daher ist die Anerkennung als Rechtssubjekt von zentraler Bedeutung für die vollgültige Anerkennung innerhalb der bürgerlichen Gesellschaft. Denn nur wer über Rechte verfügt und diese praktisch geltend machen kann, ist in der Lage seine Interessen im Rahmen der gesellschaftlichen Normen zu vertreten und sich gegen die Willkür anderer Gesellschaftsmitglieder und des Staats wehren.
So sehr nun aber diese drei Formen gesellschaftlicher Vermittlung allesamt einen abstrakt-allgemeinen Charakter haben, sind sie dennoch im strengen Sinne keineswegs allgemeingültig, weil sie (4) immer schon auf systematischen Ausschlüssen beruhen. Ihr Universalismus ist also letztlich eine Fiktion. Die Wertform beruht auf der Aneignung der unbezahlten (und meist von Frauen ausgeübten) Care-Tätigkeiten sowie auf der Ausbeutung der Natur. Die Subjektform konstituiert sich in der Abgrenzung von Menschengruppen, die als nicht subjektwürdig gelten, weil sie angeblich nicht zur Vernunft fähig sind – historisch gesehen vor allem die Frauen und die Nicht-Weißen. Und die Rechtsform gilt nur für Menschen, die innerhalb eines Staates als Bürger:innen anerkannt sind, schließt also beispielsweise Staatenlose oder illegalisierte Flüchtlinge aus. Die Grenzen dieser Ausschlüsse sind zwar permanent umkämpft und verschieben sich daher historisch, doch werden sie auch stets wieder neu hergestellt. Daher bleibt der Universalismus der bürgerlichen Formen immer nur ein uneinlösbarer Anspruch, der sich nie verwirklichen lässt. Auch das stellt einen elementaren Widerspruch der kapitalistischen Vergesellschaftung dar.
Aus diesen inneren Widersprüchen dieser „ungesellschaftlichen Gesellschaftlichkeit“ und ihrer immer nur prekären Vermittlung, resultiert aber auch die unkontrollierbare historische Dynamik der kapitalistischen Produktions- und Lebensweise und ihre inhärente Krisendynamik. Denn die Widersprüche werden stets nur vorübergehend gelöst, um sich dann auf einem höheren Niveau zu reproduzieren. Genau darin ist aber auch der tiefere Grund für die fundamentale Krise des kapitalistischen Weltsystems zu suchen, mit der wir heute konfrontiert sind. Nachdem die kapitalistische Vergesellschaftung sich zunächst mit einer ungeheuren Geschwindigkeit über den gesamten Planeten ausgedehnt hat, stößt sie nun überall an ihre Grenzen: ökonomisch, ökologisch, sozial und politisch. Es zeigt sich, dass eine Produktions- und Lebensweise, die auf permanenter Expansion, der systematischen Externalisierung von Kosten und dem Ausschluss großer Teile der Weltbevölkerung beruht, niemals „nachhaltig“ sein kann, auch wenn darüber noch so oft auf internationalen Konferenzen verhandelt wird.
Freilich zeichnet sich das schon seit langem ab. Bereits in den 1970er und 80er Jahren wurden die „Grenzen des Wachstums“ und die ökologischen Kosten der kapitalistischen Reichtumsproduktion sichtbar, während gleichzeitig die ökonomische Dynamik erlahmte, weil die dritte industrielle Revolution massenhaft Arbeitskraft überflüssig machte. Doch die große Krise des kapitalistischen Weltsystems konnte noch einmal aufgeschoben werden, allerdings um den Preis, ein umso größeres Krisenpotential aufzuhäufen, das nun die Menschheit existentiell bedroht. Ökonomisch gesehen gelang dieses „Kunststück“ vor allem durch die Verlagerung der Kapitalakkumulation in die Sphäre des fiktiven Kapitals, also durch das, was landläufig als Finanzialisierung bezeichnet wird. Damit konnte noch einmal ein weltwirtschaftlicher Boom ausgelöst werden, von dem auch einige Länder des globalen Südens profitierten – doch die Kosten dafür waren enorm. Die Ausplünderung der natürlichen Ressourcen wurde intensiviert und die Zerstörung der letzten Naturräume vorangetrieben, während gleichzeitig die soziale Polarisierung erschreckende Ausmaße annahm. Zugleich büßten die Staaten zunehmend ihre Handlungsspielräume gegenüber dem Kapital ein und (auch in Reaktion darauf) wurden regressive und autoritäre Bewegungen und Parteien immer stärker. Alles in allem sind so die Spielräume für einen weiteren Krisenaufschub immer enger geworden, während die entfesselte kapitalistische Dynamik zunehmend in pure Zerstörung umschlägt. Genau das macht die gegenwärtige Weltsituation so bedrohlich
Selbstverständlich sind diese Entwicklungen auch an unserer Theorie nicht spurlos vorübergegangen. Immer wieder sahen wir uns gezwungen, unser begriffliches Instrumentarium zu schärfen, um auf die gesellschaftlichen Veränderungen zu reagieren oder Begriffe zu revidieren, wenn sie sich theoretisch als ungenügend erwiesen. So hat etwa Ernst Lohoff die Geldtheorie und, in Verbindung damit, die Theorie des fiktiven Kapitals, die beide bei Marx fragmentarisch geblieben sind, reformuliert (siehe den Text La mercancía general y su misterio) und uns so in die Lage versetzt, die innere Logik und die Mechanismen des langen Krisenaufschubs besser zu verstehen und seinen Verlauf genauer zu analysieren (Kapitel 1). Wir haben die Kritik an der Arbeit und den Mythen des Klassenkampfes präzisiert und aktualisiert (Kapitel 2) sowie unsere Subjekttheorie vertieft (Kapitel 3). Hinzu hielten wir es für geboten, Kritik an fragwürdigen ideologischen Tendenzen in der Linken, wie dem Nationalismus und der Theorie der Dekolonisierung, zu üben (Kapitel 3 und 6). Und schließlich ist in den vergangenen Jahren selbstverständlich die ökologische Frage und das kapitalistische Naturverhältnis immer mehr in den Mittelpunkt unserer theoretischen Arbeit gerückt (Kapitel 4).
Die Texte in diesem Buch stammen aus den letzten 10 bis 20 Jahren, geben also einen relativ aktuellen Einblick in den Stand unserer Theoriebildung. Vieles davon bricht sicherlich mit den Selbstverständlichkeiten des gängigen linken Diskurses. Wenn das den Anstoß für kontroverse Diskussionen gibt, entspricht das durchaus unseren Absichten.
Norbert Trenkle, Juni 2025

